Las ciudades se sitúan a la vanguardia en la lucha contra el COVID-19

Una calle vacía en Nairobi. Crédito fotográfico: Sambrian Mbaabu/ Banco Mundial.

Publicación original (en inglés): https://blogs.worldbank.org/sustainablecities/cities-are-front-lines-covid-19?CID=WBW_AL_BlogNotification_EN_EXT

El COVID-19 está amenazando a ciudades y comunidades de todo el mundo, y no solo está poniendo en peligro la salud pública, sino también la economía y la propia estructura de la sociedad. El virus ya está generando un profundo impacto multidimensional y se prevé que creará la peor contracción económica en varias décadas. Asimismo, la pérdida de puestos de empleo ya ha alcanzado cifras históricamente altas.

Debido a todos estos impactos, el Banco Mundial calcula que es probable que unos 100 millones de personas se suman en la pobreza por los efectos de la pandemia, con hasta 49 millones de personas en condiciones de extrema pobreza. Muchos de estos "nuevos pobres" vivirán en las ciudades y trabajarán por cuenta propia, en su mayoría dentro del sector informal. Las ciudades se sitúan a la vanguardia para enfrentar la pandemia y sus efectos permanentes.

En especial, los residentes de los barrios marginales y los asentamientos informales muestran un alto grado de vulnerabilidad. Los mil millones de personas que viven en estos barrios y asentamientos carecen de infraestructura y de servicios básicos, tales como agua, saneamiento, recolección de residuos, y acceso a servicios de atención a la salud. Muchas de estas personas dependen de las instalaciones sanitarias comunitarias, lo cual aumenta las tasas de infección.  A menudo, el distanciamiento físico es imposible en estas zonas hacinadas. Muchos de los residentes de estas comunidades reciben ingresos irregulares, tienen trabajos inestables y no tienen la capacidad de alimentar a sus familias debido a las restricciones y a las políticas sobre los cierres y confinamientos de emergencia. No hay programas de protección social para prestarles apoyo, ni a ellos ni a sus familias.

En el contexto de una mayor vulnerabilidad y sus crecientes necesidades, los gobiernos nacionales y locales enfrentan una realidad en la que sus recursos financieros son sumamente limitados. Menos exportaciones, una reducción en las remesas y en los ingresos provenientes del turismo, y una profunda contracción de sus actividades económicas se están traduciendo en una precipitosa caída de sus ingresos fiscales. Prevemos que el próximo año las autoridades locales percibirán entre un 15 y un 25% menos de ingresos, por lo que les será difícil mantener los niveles actuales de los servicios prestados, y tendrán dificultades para invertir en mejoras en los barrios marginales.


Las ciudades deben luchar contra el COVID-19 en tres fases diferentes, a menudo coincidentes:

  • La fase de emergencia, centrándose en prevenir la transmisión de la enfermedad y tratar a las personas afectadas;
  • La fase inicial de recuperación, centrándose en mitigar el impacto en los grupos vulnerables, reactivar la economía local y planificar aspectos relacionados con la "nueva normalidad", bajo condiciones fiscalmente difíciles; y
  • La nueva normalidad, con todas las incertidumbres en torno al trabajo, entre otras.

La fase de emergencia
Las ciudades desempeñan un rol fundamental durante la fase de emergencia al apoyar los servicios de atención a la salud, mantener la infraestructura básica y la prestación de servicios, e impulsar la sensibilización pública sobre aspectos de higiene y cómo reducir las tasas de infección, también al prestar apoyo a aquellas personas cuyos medios de vida han resultado afectados. En aquellas áreas en las que los registros gubernamentales sobre protección social no están actualizados, las ciudades han desarrollado una aproximación directamente en el territorio, dirigiéndose especialmente a los barrios y asentamientos informales donde viven los pobres urbanos y los "nuevos pobres", cuyos medios de vida han resultado afectados.

Por ejemplo, la ciudad de Buenos Aires, Argentina, está centrando su atención en el enorme reto de los asentamientos informales. En el Barrio 31, la ciudad aumentó sus esfuerzos de comunicación, incluso a través de WhatsApp y Facebook, así como con campañas de sensibilización. Se está priorizando el cuidado de las personas en riesgo, tales como personas mayores o viviendo en condiciones de hacinamiento, a quienes se les está ofreciendo la posibilidad de reubicarse en hoteles y otros centros que permitan el distanciamiento físico como medida preventiva. Se presta especial atención a las mujeres y a los niños en riesgo de sufrir una mayor violencia doméstica, al centrarse en la detección temprana, el aumento de los servicios sociales y la sensibilización de los vecinos. El apoyo adicional incluye comidas para niños en edad escolar, distribución de alimentos entre los hogares de menos recursos y cocinas comunitarias.

Las personas de menos recursos económicos, cuyos medios de vida han resultado afectados, necesitan tener acceso a redes de seguridad social que incluyan alimentos y dinero en efectivo. En la India, el gobierno del estado de Uttar Pradesh está ofreciendo apoyo para mantener los ingresos de los trabajadores informales que perdieron sus trabajos debido a la pandemia, vendedores de comida, conductores de rickshaw (mototaxis) y obreros de construcción. Por su parte, la ciudad de Quito, Ecuador, ha aumentado la distribución de comida a través de unidades municipales móviles y mercados de alimentos.

Se debe prestar especial atención a los grupos vulnerables, a fin de evitar un mayor deterioro de sus condiciones de vida. Varios países, como El Salvador, han introducido una suspensión temporal del desalojo de aquellas personas que no puedan pagar sus alquileres o hipotecas, así como políticas para evitar que los proveedores desconecten o corten servicios básicos, tales como el agua y la electricidad, en el caso de personas que no puedan pagarlos. En Perú, la ciudad de Lima ha ofrecido albergue temporal a la población indigente, además de distribuir alimentos para los grupos vulnerables.


Otro grupo que ha resultado muy afectado es el de las personas que trabajan en el sector cultural y creativo. Las políticas de confinamiento han ocasionado el cierre de museos, teatros y salas de óperas, y restaurantes, al igual que la suspensión de actividades públicas, festivales y espectáculos. Para salvaguardar este sector, que es fundamental para su propia identidad, la ciudad de Melbourne, Australia, lanzó un programa de subvenciones con el fin de ayudar a los artistas cuyos medios de vida han resultado afectados.


Con una capacidad limitada debido a una reducción en sus ingresos, las ciudades necesitan más que nunca la ayuda del sector privado y la sociedad civil. En Indonesia, el sector privado está ofreciendo estuches para pruebas rápidas a un bajo costo, a fin de reducir la carga del sistema de salud pública, el cual ya se está saturando. En Bangladesh, las organizaciones de la sociedad civil están ofreciendo servicios de transporte gratuito para los trabajadores del sector de atención a la salud. En Sudáfrica, una empresa social adquiere productos directamente de los pequeños agricultores y los entrega a varias organizaciones comunitarias cercanas para que los distribuyan o preparen alimentos para sus beneficiarios pobres.


El sentido de pertenencia comunitaria reviste especial importancia. En los asentamientos informales de Indonesia, varias iniciativas dirigidas por las comunidades para distribuir mascarillas, alimentos y desinfectantes, así como para seguir de cerca las condiciones de salud imperantes, reciben apoyo a través del programa nacional para modernizar barrios informales denominado KOTAKU. Esto ayuda a fortalecer la resiliencia de las personas que viven en condiciones de vulnerabilidad y marginalización, frente a los distintos retos que enfrentan.


De igual manera, las ciudades deben prestar una atención prioritaria a los grupos vulnerables durante los confinamientos y durante la aplicación de medidas de distanciamiento físico. Esto incluye a las mujeres expuestas a una mayor incidencia de la violencia de género, aquellas que han sido despojadas de sus tierras o propiedades después de la muerte de un pariente (hombre) debido al COVID-19, personas mayores aisladas en sus casas, niños cuya educación y apoyo nutricional se han suspendido, personas que viven con condiciones de discapacidad,  y grupos que enfrentan cualquier tipo discriminación.


La fase inicial de recuperación
Los trabajadores del sector informal con trabajos inestables, ingresos irregulares y sin ningún tipo de asistencia social necesitan apoyo para poder reactivar sus medios de vida. Los programas de obras públicas que requieren de mano de obra intensiva, tal como la iniciativa Kazi Mtaani, en Kenia, representan un instrumento valioso. Este programa, enfocado en los  asentamientos informales en Nairobi y Mombasa, utiliza enfoques para el uso intensivo de mano de obra a fin de crear oportunidades laborales para los jóvenes y los trabajadores del sector informal que han resultado afectados. La primera fase busca crear 26.000 oportunidades de empleo para la limpieza de calles, las tareas de fumigación, la recolección de basura, la limpieza de desagües, y la producción y distribución de mascarillas.
Además de centrarse en los grupos pobres y vulnerables, la reactivación de las economías de las ciudades es un aspecto esencial para el impulso de las empresas y los negocios locales, especialmente las micro y pequeñas empresas que han resultado sumamente afectadas. Políticas como las deducciones fiscales, la ampliación de las obras públicas, las adquisiciones y las contrataciones focalizadas, son esenciales para complementar los paquetes de estímulo de los gobiernos nacionales.
La aplicación de planes de recuperación requiere que los gobiernos locales coordinen con diversos grupos interesados, tales como agencias sectoriales, el sector privado y grupos comunitarios, a fin de establecer medidas integrales y priorizar las inversiones. El establecimiento de una entidad o de un mecanismo de coordinación a nivel metropolitano ayudará a facilitar la colaboración entre las diversas agencias que prestan servicios o que realizan inversiones e implementan medidas para fortalecer la resiliencia.
Esta pandemia pone en evidencia tres lecciones principales para los gobiernos nacionales y locales, al tiempo que implementan sus iniciativas de recuperación y planifican lo que será la nueva normalidad.

  • En primer lugar, los lugares más afectados no son simplemente las grandes ciudades o aquellas con una alta densidad de población. También son lugares con viviendas pobres y hacinadas, carentes de servicios de infraestructura, especialmente agua y saneamiento, y con espacios abiertos mínimos, tal como sucede en los asentamientos informales.  Será necesario trabajar con las comunidades e invertir para ofrecer acceso a viviendas asequibles, que cuenten con infraestructura y servicios básicos.
  • En segundo lugar, los pobres y vulnerables, tales como los trabajadores del sector informal, las personas que reciben ingresos irregulares, las personas mayores o que viven con discapacidad, los niños que han sido privados de su educación o que carecen de nutrición son los más afectados. Para abordar todo esto, será necesario priorizar las políticas que permitan hacer frente a la exclusión social, económica y espacial, con el propósito no dejar a nadie atrás.
  • En tercer lugar, es esencial fortalecer las capacidades de las ciudades para prepararse y responder a una emergencia. Esto significa una mejor preparación en términos del financiamiento, de la prestación de servicios y la continuidad laboral. Esto incluye la definición de presupuestos para crisis futuras, la instauración de centros de operaciones de emergencia, el desarrollo de capacidades, la realización de simulacros y la elaboración de planes para la redistribución o relocalización de los recursos humanos.

La fase de nueva normalidad
Mientras superan esta pandemia, las ciudades deberán aumentar su resiliencia al invertir en una mejor preparación para responder a la emergencia, y al integrar los riesgos a la salud pública en sus sistemas de gestión de riesgos de desastres. Las medidas dirigidas a reducir el riesgo incluyen una zonificación adaptada, planificación del territorio y de los usos del suelo para regular los usos de alto riesgo; esto incluye la ubicación y el funcionamiento higiénico de los mercados húmedos y los mataderos. Las ciudades también necesitan contar con finanzas más diversas que les permitan desempeñar una función más sólida durante una respuesta a la emergencia o en la etapa de recuperación.
Se deben abordar muchas preguntas e incertidumbres a medida que las ciudades van superando la pandemia.

  • ¿Los residentes urbanos desearán seguir viviendo en zonas densamente pobladas, o preferirán trasladarse a ciudades más pequeñas o a suburbios menos densamente poblados?
  • ¿Cuál es el legado sociocultural de las interacciones humanas después del distanciamiento social? ¿Reemplazarán parcialmente las reuniones en línea la experiencia real y la interrelación en espacios físicos?
  • ¿De qué forma se adaptarán los sistemas de transporte público a los riesgos de salud y cómo atraerán de nuevo a los usuarios o pasajeros? ¿Implementarán las ciudades más carriles exclusivos para bicicletas y redes más amplias de peatones, transformando las medidas de emergencia en soluciones permanentes? Por ejemplo, en Auckland, Nueva Zelanda se están añadiendo senderos para mantener un distanciamiento de dos metros, mientras que, en Bogotá, Colombia se están estableciendo 70 kilómetros de carriles para bicicletas.
  • ¿De qué forma pueden las ciudades adaptar sus cadenas de suministro (en especial la de alimentos) para que sean más autosuficientes?
  • ¿De qué manera evolucionarán las soluciones y las infraestructuras digitales para prestar servicios a muchas más facetas de la vida urbana?
  • ¿Cuál será el futuro de los puestos de empleo y la educación después de trabajar de forma remota y aprender a distancia durante tanto tiempo? ¿Será este el fin de los distritos comerciales centrales?

Las respuestas a estas preguntas determinarán si las ciudades se podrán adaptar mejor y ser más resilientes. Al aplicar una amplia variedad de visiones e innovaciones en diferentes campos, tales como las tecnologías, la sociología, el diseño y planificación urbana, y la formulación de políticas, se puede ayudar a las ciudades para que continúen desempeñando su función indispensable en el futuro.


El Programa de Ciudades Resilientes del Banco Mundial, el Centro de Resiliencia Urbana de ONU-Hábitat, la Campaña Desarrollando Ciudades Resilientes: Mi Ciudad se está preparando de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres  (y su sucesor MCR 2030, que se lanzará a finales de este año) y el Programa de Ciudades para una Recuperación Resiliente, de la Red Global de Ciudades Resilientes son iniciativas muy importantes para aumentar la resiliencia y fortalecer la preparación de las ciudades en caso de desastres, así como para ayudar a la formación de las ciudades del futuro, a través de la colaboración y el intercambio de conocimiento.


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