D
Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres
América Latina y el Caribe  

Revista EIRD Informa - América Latina y el Caribe
Número:13 -2006 -12/2006 - 11-/2005 - 10/2005 - 9/2004 - 8/2003 - 7/2003 - 6/2002 - 5/2002 - 4/2001- 3/2001 - 2/2000 - 1/2000

 

Desastres y Amenazas en la Region

Anterior
Contenido
Siguiente

Katrina: desastre y afirmación de lo cotidiano

Por Allan Lavell

Desde varias décadas atrás, y con mayor insistencia durante los últimos 15 años, una escuela multidisciplinaria de pensamiento sobre los desastres ha sugerido que éstos reflejan, en sus causas e impactos, las estructuras económicas, sociales, culturales, políticas e institucionales preexistentes en los países, regiones y zonas afectadas; en consecuencia, descubren de forma clarividente y transparente elementos y aspectos fundamentales de esas mismas estructuras y de su funcionamiento. El desastre refleja lo cotidiano y es una extensión de la misma cotidianidad de la vida de un pueblo y su gobierno. El riesgo y los desastres son “construcciones sociales” en que el evento físico (huracán, terremoto, etc.) es, per se, un detonador, gatillo y revelador de lo social, pero no la causa unilateral del mismo; un dato o un hecho, muchas veces inevitable, frente a un contexto social y económico teóricamente modificable en búsqueda del bien de la sociedad.

El desastre (o, como sugieren algunos, la “catástrofe”) asociado con el huracán Katrina en Nueva Orleáns, Luisiana, y el estado de Mississippi, una prueba más de esta hipótesis y concepto. Con esto queremos sugerir que la explicación de causa e impacto que tanto desconcierto e incredulidad incitó entre múltiples observadores profesionales y el público en general (por tratar, entre otras razones, del país más rico del mundo, el más virulento en su insistencia en el concierto mundial de los derechos humanos, y entre los más evolucionados en términos de formas democráticas y transparentes de gobierno), no está muy lejos de la aplicación de un método estructural, histórico e integral de análisis y el uso de una dosis adecuada de sentido común.

En el presente artículo, pretendemos delinear de forma sumaria algunos elementos fundamentales del contexto en que sucede el desastre y el desenlace de éstos, que creemos ayudan a explicar tanto las causas como los impactos y sus respuestas. Nuestros argumentos descansan en buena parte en ideas y nociones de otros, vertidos en múltiples escritos producidos al calor (o, más bien, en momentos de fría reflexión) post-impacto. En particular: la serie de excelentes artículos elaborados por incitación del Social Science Research Council de los Estados Unidos y puestos en su página web (www.ssrc.org) y otros remitidos a RADIX, un sitio web de aportes al debate crítico sobre el tema de los desastres.

El contexto científico, urbano e institucional del desastre

El huracán Katrina impactó un año después del paso del huracán Iván que, a pesar de no afectar directamente a la ciudad de Nueva Orleáns, fue una advertencia sobre un probable futuro, cercano o lejano. Varios informes y evaluaciones científicas y periodísticas, realizadas durante los años inmediatamente anteriores a Iván y a Katrina, claramente indicaban los probables efectos devastadores de un huracán de nivel 4 o 5 en la escala Saffir-Simpson, que impactaría directamente la zona. Las autoridades federales habían promovido un ejercicio de simulación el año anterior bajo tal suposición y la Agencia Federal de Emergencias (FEMA) había colocado un desastre de ese tipo en el escenario de posibles desastres norteamericanos. Uno de los escenarios predecía la probable pérdida de hasta 60.000 vidas con el impacto de un huracán de nivel 5. Las advertencias y simulaciones fueron hechas en un período en que los recursos disponibles por parte del Gobierno Federal para la protección estructural (diques y su reforzamiento) de la ciudad de Nueva Orleáns sufrían recortes, postergaciones o reasignaciones continuas; esto como resultado de otras prioridades en el uso de los recursos en un país endeudado y “deficitario”, fiscalmente irresponsable e inmerso en costosas intervenciones en Afganistán e Irak. Reclamos intermitentes, pero continuos, para mejorar el sistema estatal y local de emergencias, y la necesidad de planes de evacuación para los pobres y los “no motorizados” pasaron sin mayor atención.

Todo esto sucedió en un período marcado por los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y por un proceso permanente de “desprofesionalización”, “amiguismo” y “remilitarización” de la FEMA, con concentración en el problema del terrorismo y en detrimento severo del trato en el tema de los desastres. Este proceso era un fuerte contraste con los años de administración de FEMA por parte de James Lee Witt (durante los períodos de Gobierno del presidente Clinton), cuando se observaron cambios y mejoras radicales en la organización (incluyendo la promoción de la mitigación como opción complementaria a los preparativos y la respuesta), y un constante estímulo para cambios y mejoras en estados y localidades de todo el país.

El desastre ocurrió en una ciudad construida entre el lago y el río, bajo el nivel del mar, detrás de una zona de humedales afectados por un largo proceso de degradación. La tasa general de pobreza de esta zona es del 28% (triplica el promedio nacional), 33% corresponde a la población afroamericana, que constituye el 70% de la población total de la ciudad (gran parte de la pobreza es urbana), con tasas muy superiores al promedio nacional en desempleo, analfabetismo y muerte de niños recién nacidos; además, se encuentra muy por debajo del promedio nacional en tasas de escolaridad y posesión de autos y teléfonos. Por otra parte, la ciudad tiene una tasa de homicidio diez veces superior al promedio nacional, y tres veces superior en cuanto a crimen en general. Los niveles de corrupción pública y privada y de problemas policiales son reconocidos entre los más altos del país.

Se trata de una ciudad fundada hace muchos años con funciones de comercio e intercambio, aprovechando su sitio entre distintos cuerpos de agua, pero que se desarrolla posteriormente bajo otros incentivos turísticos, de servicio y financieros, desobedeciendo la necesidad de encontrar un equilibrio adecuado entre recursos y amenazas, creciendo bajo un modelo especulativo de uso de la tierra y provocando procesos permanentes de segregación social y territorial y la ubicación de la población pobre y marginal en las zonas de mayor amenaza por inundación. Ciudad de placer, diversión y especulación con una alta concentración de esa “otra América” de la que habló John Edwards en su campaña política para la vicepresidencia del país, de marginación y pobreza, de lo que algunos observadores califican como “Tercer Mundo” inserto en el país más rico del planeta. Finalmente, una ciudad en un estado con preferencia demócrata, en contraste con el control republicano a nivel nacional.

Del contexto a las causas

El contexto se convierte en causa. El impacto y la respuesta son extensiones “naturales” de ese contexto, matizado y alimentado por las particularidades de la dinámica social en el momento del desastre. Lo “inexplicable” se hace transparente y explicable con una lectura multidisciplinaria de la estructura, de lo cotidiano en movimiento. Lo “inexplicable” se convierte en lo “obvio”.

La predisposición al daño y las pérdidas y el riesgo que exhibía la ciudad y su población fueron producto, primordialmente, de:

 

  1. la historia y los procesos mismos de cambio en la estructura urbana y en la sociedad, ampliados por la política “antiurbana” del gobierno actual, la cual ha conducido a una mayor “tugurización” y “desinfraestructuración” de los centros de las ciudades grandes, en contraste al aumento de la inversión en los suburbios de clase media privilegiada;
  2. la creciente marginación y el empobrecimiento de la población más vulnerable;
  3. la permanente ubicación de infraestructura, vivienda y población en zonas de alta amenaza;
  4. la constante degradación del entorno inmediato de la ciudad y el aumento en las amenazas naturales y socionaturales existentes;
  5. cálculos particulares y, para muchos, erróneos, del riesgo “aceptable”, con sus resultados en términos de la baja inversión en la protección estructural y no estructural.

 

 

Las características y los elementos de la respuesta (o no respuesta) frente a la emergencia y el desastre mismo, incluyendo los inicios de un proceso de rehabilitación y reconstrucción que proyecta invertir más de 200 billones de dólares, pueden en gran parte explicarse por el mismo contexto social, económico, político, institucional e ideológico en que se dan. Podemos destacar algunos:

 

  • un federalismo indefinido y cauteloso, producto de la historia de la relación estado-federación desde la Guerra Civil en adelante, con una indefinición o incertidumbre relacionadas a roles y prerrogativas federales, estatales y locales;
  • la erosión de competencias dentro de la FEMA y una sobreburocratización de los procedimientos de la misma agencia frente al desastre, incluyendo su incapacidad de introducir flexibilidad bajo condiciones evolutivas de catástrofe, para así poder satisfacer las necesidades deapoyo y sustento a la población;
  • la ausencia de un proceso previo de capacitación, conciencia y acción en los niveles comunitarios y locales, en contraposición al impulso de visiones tecnocráticas y centralistas y de procesos de capacitación solamente a profesionales y técnicos organizados;
  • el ”racismo estructural” 1 existente en el país en general, y en la ciudad en particular, y el peso absoluto de la
    población pobre en relación con la población total. Ambos factores contribuyen a un tipo de “olvido estructural” por parte de las autoridades federales y locales sobre las necesidades de la población excluida. Esto incluye el hecho de no haber diseñado conscientemente mecanismos para persuadir y ofrecer opciones de evacuación a las 120.000 personas sin carro, sin ingresos
    antes del día de pago de fin de mes, y generar redes sociales de apoyo fuera de la ciudad;
  • la ideología militar y de control social reinante en el gobierno de un país “en guerra”, que conducía a una visión de atención de la emergencia fincada en la “recuperación del orden y la paz” y en la represión del saqueo (que en muchos casos era sencillamente personas buscando sobrevivir), utilizando hasta fuerzas privadas militares de represión, junto a la Guardia Nacional, a diferencia de una visión fincada en las necesidades humanas y lo humanitario. Tal énfasis militar ha conducido a la sugerencia por parte del Gobierno de que las Fuerzas Armadas deben estar por encima del proceso de atención a las emergencias en el futuro; postulado rechazado, por fortuna, por muchos militares activos y retirados.
  • la instauración de un proceso de reconstrucción signado, entre otros, por los mismos preceptos que informan el accionar cotidiano del Gobierno actual: asignación discrecional y preferencial de contratos para atender la
    emergencia y la reconstrucción; explotación de la fuerza de trabajo inmigrante y hasta indocumentada para las obras de reconstrucción con salarios inferiores a los establecidos por ley (proceso facilitado por la eliminación de exigencias laborales por parte del Gobierno); una descentralización de la reconstrucción con visos de centralismo controlado; la decisión política sobre el uso de recursos (un estudio reciente de asignaciones del Gobierno Federal para la reconstrucción y las emergencias en los estados durante desastres ocurridos en los últimos 15 años, muestra que hasta un 60% de los fondos multimillonarios han sido asignados “políticamente” de acuerdo con las preferencias de votación de las zonas afectadas y la membresía por partido político de los comités del Senado, con ingerencia en las decisiones de FEMA);
  • los procesos que sugieren intentos de cambiar la composición social y política de la ciudad, utilizando fondos
    de emergencia y reconstrucción con implicancias en términos de quienes migran a otras zonas a raíz del desastre y su impacto en las vidas y posibilidades de ingresos de la población; y un proceso de lo que en inglés se llama “gentrification” de la ciudad: reducir la proporción de la población pobre y construir para los sectores más acomodados.

Desastres en el “Norte” y en el “Sur”

Katrina ocurrió semanas antes de otros tres desastres de magnitud: el asociado con el terremoto en Cachemira, Stan en Guatemala y Wilma en México, y 9 meses después del tsunami en el océano Indico. Suscitó un desastre que afectó ciudades y zonas en el país más rico del mundo (los casos sísmicos de Kobe y Northridge y las grandes inundaciones en Francia, Inglaterra, Alemania y Suiza, entre otros, durante los últimos años, representan otros casos de desastres en países ricos); los demás afectaron, como lo hacen la gran mayoría de los desastres, a países pobres del llamado “Tercer Mundo”.

Para cerrar este escrito, y aprovechando la coincidencia entre la ocurrencia reciente de desastres en países ricos y pobres, reflexionemos brevemente sobre la interrogante en cuanto a las causas e impactos en los diferentes países. ¿Será que la incidencia creciente de desastres en los países ricos sirve para rechazar la idea de que los desastres son esencialmente “problemas no resueltos del desarrollo”, incitados por procesos de desarrollo desequilibrados? Diríamos que no, y que más bien lo ocurrido en Nueva Orleáns sirve solamente para sustanciar la noción de la relación entre desastres y el no desarrollo. Donde habrá diferencias será en nuestras propias percepciones, actitudes e interpretaciones frente a desastres “inesperados” en países ricos y “esperados” en países pobres, además de las claras diferencias en lo que se refiere a las opciones de recuperación en ambas realidades.

Estos dos “tipos” de desastres entran en un juego explicativo de forma diferenciada y particular: la pobreza, el racismo estructural, la etnia y la marginalización discriminada; las estructuras económicas y el acceso diferenciado a los beneficios que generan; los cálculos de un “riesgo aceptable” muchas veces desvirtuados, discriminatorios y mediados por decisiones políticas; el conflicto o contradicción entre el centro y la periferia, lo central y lo descentralizado; lo militar versus lo civil durante la atención de la emergencia; las luchas entre modelos de control, mando, decisión y acción centralizados versus los de participación y fomento de la sociedad civil; los sesgos en la asignación y distribución de la ayuda humanitaria; la importancia del capital y las redes sociales y su ausencia como elemento explicativo de la vulnerabilidad y la falta de resiliencia; los beneficios y riesgos que los desastres poseen para gobernantes y el manipuleo de los contextos para su beneficio particular.

Todos estos factores o sesgos, y otros más, estuvieron presentes en esos eventos y en muchos otros. Existen más denominadores comunes entre desastres e impactos en países del Norte y el Sur que diferencias. Hay raíces genéricas en común. Las diferencias son de grado, detalle y percepción, más que de significación científica y práctica.

Michael Ignatieff del Kennedy School of Government escribió en el New York Times, del día 25 de septiembre de 2005, que el “contrato de ciudadanía que define los deberes de cuidado que oficiales públicos deben a las personas dentro de una democracia” fue rota con Katrina y su impacto en Nueva Orleáns; en consecuencia, los derechos humanos de las personas fueron atropellados y su carácter de americanos negado de forma discriminatoria. Lo mismo aplica en los múltiples casos de desastre donde las causas y los impactos significan muchas veces irresponsabilidad, discriminación y negación. Esto fue tal vez más claro en el caso de Katrina, por suceder en un país supuestamente democrático, eficiente y avanzado. En otros países se ha acostumbrado, de forma más persistente, a la falta de democracia real, a los bajos niveles de gobernabilidad y a la discriminación, por lo cual no es sorprendente que en el momento de una catástrofe los derechos se atropellen tan fácilmente.

Los desastres son manifestaciones del no desarrollo o del desarrollo discriminatorio, sin importar dónde ocurran. Evolucionar en la reducción del riesgo de desastre siempre significará un avance en los derechos humanos y de ciudadanía.

Para mayor información contactar a:
Allan Lavell
allan_lavell@yahoo.com


1 El racismo estructural hace referencia a fenómeno donde la discriminación no se lleva a cabo en forma intencional, mediada por interacciones entre individuos y como manifestación de un odio psicológico, sino como resultado de prácticas y hábitos institucionales, generalmente involuntarios o producto de una indiferencia pasiva, y de una profunda y compleja raíz socio-política. El racismo estructural ha sido una de las temáticas más debatidas en el contexto post-Katrina por los mismos científicos sociales en Estados Unidos. El artículo que mejor condensa este debate está incluido en la serie selecta de artículos sobre Katrina que se encuentran en la página Web del Social Science Research Council (ver “What Katrina Teaches about the Meaning of Racism”, by Nils Gilman, http://understandingkatrina.ssrc.org/Gilman/)


Anterior
Contenido
Siguiente
  © ONU/EIRD