Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres
Las Américas   

Revista EIRD Informa - América Latina y el Caribe
Número:13 -2006 -12/2006 - 11-/2005 - 10/2005 - 9/2004 - 8/2003 - 7/2003 - 6/2002 - 5/2002 - 4/2001- 3/2001 - 2/2000 - 1/2000

 

Revista para América Latina y el Caribe         Número. 15, 1999

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Erupciones volcánicas en Ecuador
Preparado por Dr. Pedro Basabe,
Ministerio del Ambiente, Ecuador
pbasabe@ambiente.gov.ec

Desde setiembre/98 la denominación de la sierra ecuatoriana como la “Avenida de los Volcanes” tuvo su razón de ser al reactivarse dos volcanes casi simultáneamente: el Guagua-Pichincha de 4784 msnm ubicado 12 km al oeste de la ciudad de Quito con 1.500.000 habitantes y el Tungurahua de 5023 msnm ubicado en el centro del país cercano a zonas densamente pobladas llegando a 100.000 personas.

Varios estudios fueron desarrollados, definiendo los mapas de peligros volcánicos potenciales tanto para el Guagua-Pichincha, como para el Tungurahua, entre otros (Hall M. et al., 1988). Igualmente el Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional lleva a cabo el monitoreo volcánico y sísmico en el país.

La ciudad de Quito tendría como principal afectación caída de ceniza y posibles flujos de lodo por acumulación de ceniza en laderas ubicadas en un segundo plano en relación con el Guagua-Pichincha. Sin embargo, una erupción del Tungurahua afectaría directamente a pequeñas ciudades como la turística Baños de 20.000 habitantes que se encuentra al pie del volcán.

Ante la emergencia se intensificó el monitoreo volcánico y estudios específicos como la modelisación de flujos de lodo secundarios en Quito, donde se han embaulado y rellenado 42 quebradas en las laderas. En caso de un escenario medio con acarreo de escombros, podría producirse flujos con volúmenes entre 4.000 y 330.000 m3 y velocidades de hasta 6.7 m/s (EPN, SDR/CSS, PNUD, 1998).


Actividad volcánica, alerta y manejo de la emergencia

En los últimos días del mes de septiembre/98 se reportaron más de 1.800 microsismos, deformaciones e importantes explosiones freáticas en el volcán Guagua-Pichincha, la población de 1.500.000 de habitantes fue informada, declarándose la alerta amarilla desde 1° de octubre/98 hasta la fecha. En este período la actividad varió hasta el 5 de septiembre/99, cuando una macro explosión freato-volcánica levantó columnas de más de 20.000 m de altura y depositó ceniza por varios mm hasta 150 km de distancia, declarándose la alerta naranja por pocos días, volviéndose luego a la alerta amarilla. Se han multiplicado las molestias respiratorias para la ciudadanía, el transporte en la ciudad, por ejemplo, el aeropuerto de Quito tuvo que cerrar 5 días en 1999. Igualmente la agricultura y ganadería está siendo afectada por la acumulación de ceniza.

El proceso eruptivo del Guagua-Pichinchaque inició desde finales del año 1998, ha dado tiempo para mejorar el manejo de la emergencia, aunque siempre existe dificultad en la coordinación, canales definidos de información y conocimiento de la situación. El Municipio de Quito, con base en la información técnica, ha manejado la emergencia, desarrollando un extenso programa de difusión y participación ciudadana. Con las primeras emanaciones del volcán, se ha aprendido del fenómeno, de su comportamiento y se ha perdido el miedo inicial. Para las posteriores emanaciones las autoridades manejaron mejor las alertas y la ciudadanía sabrá como actuar. Ahora el slogan es: “Tenemos que acostumbrarnos a vivir con ceniza”. Sin embargo, en caso de mayor actividad las consecuencias podrían ser más graves, para lo cual se requerirá un mayor énfasis en la coordinación con las instituciones que monitorean técnicamente y con aquellas que actúan en caso de atención a la emergencia y la población: saber quién hace qué.

De una manera similar el volcán Tungurahua empezó sus anomalías en septiembre/98, intensificándose la microsismicidad y deformaciones a partir de agosto/99, el proceso eruptivo siguió en aumento, produciéndose desde mediados de octubre/99 fuertes emanaciones volcano-freáticas, que provocaron la declaración de la alerta naranja y la evacuación directa e indirectamente de 100.000 personas, de las cuales aproximadamente 16.000 están en albergues (dic. 99). La actividad volcánica, hasta el momento, ha producido emanaciones de piroclastos y lava que se acumula en la mitad superior del volcán. Sin embargo, las exhalaciones de ceniza han producido depósitos que en los alrededores del volcán alcanzan más de la decena de centímetros, multiplicándose los flujos de lodo y escombros. La ceniza también se desplaza varias centenas de kilómetros, como el caso de la ceniza en suspensión vista en Guayaquil.

Los daños de las 45 poblaciones cercanas al volcán son cuantiosos: paralización de sus actividades turísticas y productivas, hasta el momento por más de dos meses, el efecto en la agricultura, ganadería, avicultura y otros han producido desazón en la población y la falta de perspectivas en caso de continuar el proceso eruptivo.

La emergencia en general ha sido bien manejada, se han declarado a tiempo las alertas, evacuado a tiempo a la población y atendido a los refugiados. Luego de un inicio muy rígido, se está permitiendo el ingreso controlado de pobladores de la zona que requieran ir a sus propiedades. Sin embrago, las grandes preguntas son a futuro. Los fondos son limitados, la población mayormente está desocupada y preocupa la situación de las zonas evacuadas.


Enseñanzas

  • Se comprueba, una vez más la alta peligrosidad y vulnerabilidad del Ecuador ante fenómenos naturales destructivos, en este caso las erupciones volcánicas; y la gran importancia de un adecuado monitoreo y estudios de amenazas, vulnerabilidad y riesgo.
  • Nuestras ciudades, poblados e infraestructuras se ubican muchas veces en zonas de amenazas, cuyo crecimiento aumenta la vulnerabilidad, siendo indispensable e impostergable una mejor planificación territorial, poblacional y económica.
  • En caso de procesos de erupciones volcánicas, se tiene tiempo para lograr una buena coordinación técnica, de autoridades para la toma de decisiones y de planes de contingencia. Sin embargo, se debe insistir en la coordinación con otras instituciones encargadas. Por otro lado, el carácter aleatorio del fenómeno debe considerarse para que las medidas y alertas no sean rígidas sino que se adapten al fenómeno conforme se le va conociendo.
  • Fue indispensable la comunicación a la población. Que si bien al estar informada primero se alerta y se preocupa. Al tratarse de un fenómeno repetitivo, se acostumbra y cada vez maneja mejor la situación. Es necesario que la población conozca los diferentes peligros y qué hacer ante cada uno de ellos.
  • Pese a los esfuerzos realizados, queda la incógnita si verdaderamente estamos preparados ante una alarma y emergencia violenta . Y cómo afrontar a mediano plazo este proceso eruptivo, para no caer en el desinterés de la población, medios y autoridades.
  • Se sabe que la mejor manera de dar información en este tipo de situación, es contar con un solo canal. Sin embargo, con prensa libre es muy fácil obtener información de canales no oficiales que pueden aumentar el pánico y la descoordinación. Es necesario tomar medidas para mitigar estos efectos, estableciendo relaciones de confianza entre las autoridades formales y los medios de comunicación.
  • La situación de poblaciones desplazadas por largos períodos de tiempo, paralizando sus actividades productivas, se torna cada vez más difícil. Se debe conciliar la emergencia y la actividad del fenómeno con la necesidad de la población a regresar a sus propiedades aún por horas y definir planes de contingencia a mediado plazo. Una vez superada la capacidad nacional, se debería recurrir a la solicitud de ayuda internacional.
  • El campo, cultivos, suelo, flora, fauna y el medio ambiente en general sufren con la caída de ceniza y otros productos volcánicos. Los planes de contingencia y de reparación no deben olvidar los daños en estos sectores y como reactivarlos.
  • La afectación en la salud de la población debe estar monitoreada.
  • Finalmente, debemos aprender a vivir con el riesgo, pero también considerar urgentemente esta variable en todas las actividades de desarrollo y planificación; haciendo hincapié en la prevención y mitigación


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