Estrategia Internacional para la Reducción de Desastres
Las Américas   

Revista EIRD Informa - América Latina y el Caribe
Número:13 -2006 -12/2006 - 11-/2005 - 10/2005 - 9/2004 - 8/2003 - 7/2003 - 6/2002 - 5/2002 - 4/2001- 3/2001 - 2/2000 - 1/2000

 

Desastres en la Región

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Testimonio
¿UN DAMNIFICADO EXPERTO O UN EXPERTO DAMNIFICADO?

Juan Murria, Ingeniero Consultor
Asesor de la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas, (FUNVISIS)
Apartado 76.880, Caracas 1070, VENEZUELA
dptoct@funvisis.internet.ve

Introducción

Las torrenciales lluvias que afectaron varias regiones de Venezuela durante las primeras tres semanas del diciembre/99, originaron el peor desastre natural de que se tenga memoria en Venezuela. La catástrofe ocasionó miles de víctimas y miles de millones de dólares en pérdidas materiales afectando drásticamente la economía del país y el medio ambiente. Los daños se concentraron primordialmente en la zona costanera del Estado Vargas, al norte de Caracas, pero también se vieron afectadas seriamente otras regiones del país, y en menor grado, la propia ciudad de Caracas.

El desastre coincidió con el referéndum que, para aprobar la nueva constitución, se llevó a cabo el 15 de diciembre, la víspera de las lluvias más intensas jamás registradas en la región. Las elecciones impactaron negativamente la grave situación generada por el desastre y le otorgaron a este un cariz social y político cuyas consecuencias todavía no han sido suficien-temente estudiadas.

Mi experiencia personal durante el desastre

Antecedentes

Vivo (¿o vivía?) en un apartamento en el piso 13 de un edificio en la Urbanización Los Corales, “epicentro” de la catástrofe hidrometeorológica que azotó con particular ensañamiento el Estado Vargas.

Llegué a mi apartamento el martes 14 de diciembre, la víspera del referéndum. Menciono este aspecto porque el mismo se convirtió, como ya se dijo, en un factor sumamente polémico a la hora de evaluar la labor de las autoridades competentes antes, durante y después del desastre.

Había estado lloviendo copiosamente durante todo el mes de diciembre a lo largo y ancho del país; a pesar de que diciembre es de la estación seca (“verano”) que, en Venezuela se extiende de noviembre a abril. El miércoles 15 amaneció lloviendo. El referéndum se desarrollaba normalmente. A eso de las 9 de la noche se anunciaron los resultados: aprobada la nueva constitución por amplia mayoría. Me acosté a dormir. A eso de la 1 de la mañana se fue la luz (lo noté porque se apagó el aparato del aire acondicionado). Seguía lloviendo copiosamente. Seguí durmiendo.


El desastre

Me levanté con el alba, como es mi inveterada costumbre. No solo seguía lloviendo copiosamente sino que estaba completamente nublado. El balcón de mi apartamento da hacia el mar pero ese amanecer no se veía nada: ni mar, ni cielo, ni horizonte…Y el agua seguía cayendo. A las 8 de la mañana llamé por teléfono a mi hija en Caracas para contarle lo que estaba viendo. Seguía lloviendo. Como a las 9a.m. comencé a ver troncos y ramas arrastrados por las turbulentas aguas que atravesaban las plantas bajas de los edificios y fluían hacia el mar. Traté de llamar de nuevo a Caracas pero ya no había teléfono…y seguía lloviendo…y seguía creciendo el caudal de las aguas que venían de las montañas a lo largo de los viejos cauces de las quebradas las cuales, al ser ocupadas por el hombre, exacerbaron los efectos negativos de este fenómeno natural.

A eso del mediodía, y pesar del mal tiempo, comenzaron a verse helicópteros sobrevolando la zona. Yo llegué a contar hasta diez helicópteros en un momento dado. Estaba completamente aislado en mi apartamento: sin luz, agua, radio de baterías, teléfono celular, linterna (“En casa de herrero, cuchillo de palo”, reza el refrán). Tenía algo de agua, refrescos y comida en la nevera…pero sin energía eléctrica…¡y la lluvia no amainaba!

A las ramas y troncos que arrastraban las turbulentas aguas siguieron cantos rodados muchos de ellos de gran tamaño. Llegué a ver uno del tamaño de un camión pequeño - algo así como 2x2x3 metros que pesaría unas 35 o 40 toneladas – que bajaba dando tumbos y que de milagro no se llevó por delante una casa de dos pisos cercana a mi edificio; que luego fue arrasada por las aguas un par de horas después. Por suerte, minutos antes, habíamos podido evacuar a sus habitantes.

La situación siguió empeorando: las aguas ya llegaban a los techos de las casas de una planta. La gente se subía a los tejados esperando ser evacuada. Los carros dando tumbos en los torrentes de agua embarradas que seguían bajando de la montaña arrastrando consigo todo lo que encontraba a su paso. En nuestro edificio, el agua y el barro habían atravesado los estacionamientos y la planta baja, cubriendo de barro y piedras las áreas verdes, de recreo y la cancha de tenis. Nuestras dos piscinas no se veían de lo cubiertas que estaban de barro. Un carro estacionado en el sótano se “estacionó” cerca de la piscina. Así terminó el día. Me acosté temprano.

Días después, ya en Caracas, me enteré que entre el 1° y el 17 de diciembre la Estación Meteorológica del Aeropuerto de Maiquetia registró una precipitación de 1207 mm., de los cuales 120 mm. se registraron el miércoles 15; 381 mm. el jueves 16 y 410 mm. el viernes 17. Como podrá verse, estos son índices excesivamente elevados si se toma en cuenta que el promedio histórico para todo el mes de diciembre es de 57 mm., con un máximo de 221 mm para dicho mes. En otras palabras, la lluvia caída en los tres días antes mencionados fue de 20 veces el promedio mensual y más de 5 veces el máximo histórico.También hay que tomar en cuenta que, de acuerdo con los meteorólogos, ha debido llover más en la Cordillera, con alturas del orden de 2700 metros que en el Aeropuerto que está prácticamente al nivel del mar.

El viernes 20 continuó lloviendo. El caudal de las aguas, sin embargo disminuía lentamente y se comenzaba a ver gente saliendo de sus casas y dirigiéndose hacia el oeste (¿Caracas?, ¿La Guaira?) vadeando como podían las crecidas quebradas aún peligrosas. Yo decidí quedarme y esperar que las aguas terminaran de bajar. Todavía me quedaba comida y agua…pero para unas horas más. Al final de la tarde decidí salir (¿Hacia Caracas? ¿Hacia La Guaira?) al amanecer del sábado 21. Otra noche sin luz, televisión, releyendo clásicos españoles a la luz de una vela. Me acosté temprano. Ya casi no llovía.

La evacuación

El sábado 21 amaneció algo nublado pero la lluvia ya había cesado. Preparé un maletín con los documentos más importantes, una botella de agua mineral con jugo de naranja, unos pedazos de pan de banano…y un paquete de salmón ahumado que me dio pena dejar en la nevera. Me despedí de mis libros y de mis discos de música clásica y vestido con gomas, pantalón corto y camisa, arranqué con la idea de llegar a Caracas caminando… si era necesario. Eran las seis y media de la mañana.

Bajé los 13 pisos, crucé las piscinas llenas de barro y llegué a la costa. La carretera costanera había desaparecido. Caminé por la playa recién formada hasta la nueva línea de costa. Ahí era más fácil vadear las quebradas que todavía traían agua. A los pocos metros tuve que “monear” una zona cubierta de cantos rodados y al subirme a uno de ellos, casi tropiezo con un cadáver de un hombre de unos 35 años acostado sobre una gran roca. Sería este el primero y único que vi durante mi evacuación. Sensación nada agradable, por cierto.

A unos 500 metros encontré filas de unas 2000 personas que estaban esperando ser evacuadas por docenas de helicópteros desde un improvisado helipuerto ubicado en las nuevas playas. Entablé conversación con uno de los damnificados que estaba en una de las filas y al decirle que pensaba llegar a Caracas caminando, me dijo que era una locura, que me metiera en la fila y esperara ser evacuado por helicóptero. En menos de un segundo tomé una decisión: ¡Me quedaba!

Pasaba el tiempo. El sol comenzaba a calentar. Una tenue llovizna amenazaba de vez en cuando pero parecía que lo peor ya había pasado. Helicópteros de todo tipo: desde militares de 20 a 30 pasajeros hasta de empresas oficiales y privadas de 5 a 12 pasajeros, aterrizaban y despegaban unos detrás de otros.Yo llegué a contar 11 aterrizajes y despegues en el lapso de una hora a finales de la mañana.

El comportamiento de los damnificados fue ejemplar. Surgió la solidaridad de la que habla el Profesor Quarantelli en sus trabajos: se ofrecía recíprocamente agua, galletas, refrescos que los damnificados habíamos logrado sacar de nuestros hogares. Además, los helicópteros no dejaban de traer vituallas: refrescos, jugos, galletas que los oficiales, soldados y marineros que estaban coordinando la evacuación repartían eficaz y equitativamente.

A media mañana un buque transporte de la Armada Venezolana merodeaba a lo largo de la costa, seguramente buscando el lugar apropiado para atracar (era de esos buques que atracan en la playa, abren las compuertas de proa, tiran una planchada y desembarcan las tropas y unidades de transporte y que, en nuestro caso, embarcarían a más de 2000 damnificados).

A eso de las 2 de la tarde, cuando ya yo estaba mentalmente dispuesto a pasar una noche en la playa porque veía que los helicópteros no iban a dar abasto, un oficial de la Armada nos avisó que el buque-transporte atracaría a las 4 de la tarde. Deduje que estaría esperando la marea alta para poder atracar. Así fue: a las 3 de la tarde nos dirigimos hacia el buque que ya estaba maniobrando para atracar a unos 2 km. al este. Hacia allá se dirigió la fila ordenadamente. Yo embarqué pasadas las 6 de la tarde, cuando ya comenzaba a oscurecer. Subíamos al buque vadeando unos metros entre ola y ola que cada vez se hacían más grandes. Mientras estábamos esperando embarcar, nos sorprendió la visita del presidente de la República. Nos saludó y nos deseó suerte.

Luego de media hora de travesía, durante la cual se nos dio una taza de sopa instantánea caliente – que a mi me supo mejor que la sopa más refinada en un restaurante francés - llegamos al Muelle de Guardacostas del puerto de La Guaira, donde desembarcamos, entre unas cosas y otras, pasadas las 9 de la noche.

Antes de seguir con mi relato quiero dejar expresa constancia de la magnifica labor que desempeñaron tanto la oficialidad como la tripulación del ARV T-62, ESEQUIBO. ¡Honor a quien honor merece!

Del muelle caminamos unos dos kilómetros hacia el oeste, vadeando las últimas quebradas crecidas aún a lo largo de la Avenida Principal, sin iluminación pero custodiada por destacados del Ejército y de la Guardia Nacional. La luna llena hizo más llevadera la caminata. Llegamos al Cuartel Soublette donde nos esperaban autobuses para conducirnos tanto al Aeropuerto, convertido en refugio y centro de distribución de damnificados que desearan ir al interior del país, como hacia Caracas, al Poliedro, una estructura tipo “domo” donde se presentan espectáculos públicos (conciertos, exposiciones, mitines políticos) y que se convirtió en el principal refugio para la atención de damnificados.

Llegamos pasadas las 11 de la noche, para engrosar las filas de los 8 o 9 autobuses con damnificados que esperarían, como nosotros el turno de ingresar al refugio. Confieso que tuve ganas de quedarme con el propósito de observar y evaluar la recepción de damnificados, la organización dentro del Poliedro, etc. pero triunfaron mis deseos de llegar, por fin, a mi casa en Caracas después de tres días “desaparecido”...

Me “escapé” del autobús, aprovechando que a uno de los damnificados le dio un ataque de algo así como epilepsia. Le permitieron bajarse del autobús junto con su familia. Yo aproveché la coyuntura, dije que era también familiar del afectado y me dejaron bajar. Tuve la suerte de conseguir un taxi. El chofer me prestó su teléfono celular. Llamé a mi casa donde, por fin, llegué pasada la una de la mañana del domingo 22 de diciembre. Concluía así mi experiencia, 76 horas después de haberse anunciado el resultado del referéndum.

Conclusiones

A más de 5 meses de la catástrofe presento a continuación mis conclusiones las cuales, casi con seguridad, diferirán de las de otros expertos:

En general el desastre fue adecuadamente manejado en su etapa de búsqueda y rescate tomando en cuenta su alcance geográfico y la evidente falta de preparación de los organismos competentes. Se estableció una “ad-hocracia” donde participaron protagónicamente Defensa Civil y sus grupos de rescate, las Fuerzas Armadas Nacionales, las autoridades gubernamentales de todos los niveles y muy importante: la sociedad civil.

Tal no fue el caso en las etapas de recuperación y reconstrucción donde se evidencia una patente ausencia de planes adecuados. A la hora de escribir este relato todavía no se tiene claro cúal va a ser el destino final de las zonas afectadas y del futuro de sus habitantes.

La ayuda internacional se hizo presente masivamente, tal como es común en este tipo de desastres, al menos en la etapa inicial. Es todavía muy prematuro evaluar dicha ayuda para las etapas de recuperación y reconstrucción. Da la impresión de que muchos ofrecimientos de ayuda jamás se van a concretar.

El desastre abrió, como era de esperarse, una “ventana de oportunidades” que desafortunadamente se cerrará más temprano que tarde. Ojalá que sepamos aprovechar estas lamentables circunstancias, no solo para establecer planes adecuados de recuperación y reconstrucción de las áreas afectadas, sino para acometer decididamente la tarea ineludible de preparar a la comunidad para mitigar los efectos de los desastres, sea cual fuere su origen.

En lo personal, esta experiencia me dio una oportunidad de contrastar de primera mano lo que había aprendido en los libros y de las experiencias en otros países. Ha sido esta una experiencia dolorosa pero aleccionadora.

Caracas, 16 de mayo de 2000.


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